Publicamos una historia más, de los informes-reportajes de Martín Caparrós, que nos permiten reflexionar sobre los jóvenes en el mundo de hoy, en este caso:

Adama, burkinés
Cada año, miles de africanos intentan una de las migraciones más peligrosas: la travesía en pequeñas barcas –las pateras– desde la costa senegalesa, mauritana o marroquí hasta las Islas Canarias, puerta de entrada al Primer Mundo. Algunos mueren, muchos son detenidos y devueltos; unos cuantos consiguen entrar en Europa, su tierra prometida. Adama es uno de ellos.

La suya era una vida sin historias. Adama S. nació en un suburbio de Uagadugú, la capital de Burkina Faso, y nunca fue a la escuela. Su padre cultivaba mijo, maíz y mandioca en una tierra muy chiquita, apenas suficiente para que su familia comiera casi todos los días.
Cuando tenía 12 años, Adama entró de aprendiz en un taller mecánico; hacia los 15 ya era capaz de arreglar grupos electrógenos –y seguramente se habría quedado allí mucho tiempo si su patrón no hubiera muerto.

El taller cerró. Adama no podía instalarse solo y empezó a pensar que tendría que buscarse la vida. Había oído tantas historias de vecinos y parientes que se fueron a Europa –y de lo bien que les iba. Los inmigrantes nunca cuentan sus desdichas a los que dejaron atrás: aunque estén en la peor miseria, sus relatos siempre hablan de triunfos. Lo contrario sería aceptar que se equivocaron o, peor, que no supieron hacer lo que tantos otros sí. Adama, entonces, tenía el equivalente de unos 200 euros ahorrados: su decisión parecía obvia.

–Primero pedí una visa a la Embajada francesa, y no me la dieron. Pero yo no pensaba en ir a un país o a otro: lo que quería era ir a Europa. Yo de lo que había escuchado hablar era de Europa. Recién cuando llegué a Mali me explicaron que primero tenía que ir a España, porque España tiene frontera con África en Marruecos y es más fácil, y de ahí podés ir adonde quieras.

El viaje empezó bien: a principios de 2002, Adama se pagó un boleto de bus hasta Bamako, la capital de Mali. Tras unos días durmiendo en la estación, averiguó que podía tomarse otro bus hasta Gao y, una vez allí, conseguir una 4 x 4 que, por 100 euros, lo llevaría a través del Sahara hasta Tamraset, ya en Argelia. El cruce duró cinco noches: de día, los 20 viajeros de la 4 x 4 se escondían en cuevas y esperaban el atardecer para volver al camino clandestino.

Todavía le faltaba mucho para llegar a Marruecos: tenía que atravesar Argelia. Adama seguía viajando de noche: a veces caminaba, otras se subía a un camión. A veces se quedaba varado cuatro o cinco días en un oasis, sin encontrar transporte –o temiendo un control policial–; tardó casi dos meses en atravesar el desierto, la cordillera del Atlas, y llegar a la frontera marroquí. Allí, unos traficantes lo cruzaron, en cuatro noches de caminata insoportable, hasta Oujda, y después un micro lo llevó hasta Nador, la ciudad marroquí vecina de Melilla.

LA FRONTERA. Melilla es una posesión española –y está separada del territorio marroquí por un muro de rejas. Adama recorría esa reja cada noche, mirando Europa allí, tan cerca, al alcance de los ojos, y buscando la manera de entrar. Sabía que algunos saltaban –pero no parecía fácil. Tres años más tarde miles de africanos intentarían la técnica de la avalancha; en esos días el salto era una empresa individual.

Una de esas noches se acercó más de la cuenta: la policía marroquí lo arrestó y lo deportó a Argelia.

Adama volvió a meterse clandestino en Marruecos –pero al cabo de dos meses la policía lo expulsó otra vez. Adama estaba derrotado y, además, hacía mucho que se le había terminado la plata. Era la época de la cosecha de aceituna: Adama trabajó dos meses, ganó un dinero y volvió a Marruecos. Pero esta vez fue hacia Rabat: la reja parecía imposible, y quería probar la vía marítima, las famosas pateras. No fue fácil.–En Rabat me pasé más de un año en la calle, durmiendo en cualquier lado, comiendo de la basura. No tenía un centavo, no conocía a nadie, no conseguía ningún trabajo. Si los
marroquíes tampoco tienen nada… Sufrí demasiado. Me quería volver a mi país, pero para eso también necesitaba plata.

Un día, desesperado, Adama fue a entregarse a la policía para que lo devolvieran a su casa. Un oficial le gritó que no, que si quería volver se buscara los medios. Adama pensó que ya no podía llegar más bajo.

–En mi país por lo menos comía. Estaba en un pozo, no podía ir para atrás ni para adelante. Pero seguí intentando, porque tenía que encontrar mi vida.

Su suerte empezó a cambiar. Un maliano que conoció en la calle le ofreció compartir su pieza y lo contactó con un organizador de viajes en pateras: el hombre, un ghanés, le propuso trabajar para él. Adama descubrió todo un mundo de africanos en tránsito hacia el supuesto paraíso: sus penas, sus rebusques. Su trabajo consistía en buscarle clientes que pudieran pagarle entre 1.000 y 1.500 euros: si le mandaba 20 se ganaría el viaje. Uno de esos días Adama consiguió un teléfono: quería avisar a sus padres que seguía vivo –aunque todavía en África. Cuando por fin pudo comunicarse, su madre le contó que el padre había muerto.

–Me dijo que lo habían envenenado. Pero nunca conseguí saber qué le pasó, porque todavía no pude volver a mi país.

Al principio, Adama no cazó ningún cliente: nadie le creía. Pero de a poco se hizo conocer y, hacia fines de 2004, ya había mandado unos 40: se había ganado el viaje. Llevaba más de dos años esperando ese momento.

Desde Rabat, una 4 x 4 lo llevó –junto con otros 30 hombres y ninguna mujer– hasta un escondite en el desierto, cerca de El Aaiún, donde debían esperar que los policías a los que sus traficantes habían sobornado estuvieran de turno.

Allí pasaron varios días sin agua; Alama vio como otros se bebían su orina, pero no quiso hacerlo. Una tarde volvieron a cargarlos en una camioneta que los dejó en la costa del Atlántico, cerca de Tan Tan: el traficante les dijo que para embarcarse tenían que tirar todos sus documentos de identidad. Era una metáfora mala: si querés entrar a Europa, tenés que convertirte en un don Nadie. Pero Adama ya lo sabía: antes de salir de Rabat había mandado su pasaporte por correo a un amigo en España. En aquella playa, a la luz de la luna, Adama tuvo una última sorpresa: los marroquíes que trabajaban para el traficante les sacaron todo –plata, ropa, relojes. Adama trató de defenderse y lo hirieron con un
cuchillo en la mano derecha. Así que se subió a la patera –diez metros de largo, construcción muy precaria, un solo motor– con un pantalón corto y una remera: era todo lo que tenía en el mundo. Pero estaba por navegar a Europa.

EL MAR. El capitán de la patera era un pescador de Gambia que se ganaba el viaje conduciéndolo y le pidió que se ocupara de la brújula: que tenían que seguir siempre en la dirección 340, que si se desviaban se morían. Después le dijo que no se preocupara, que el viaje no sería complicado, que en menos de un día llegarían a las Canarias. Y que, si naufragaban, ellos dos se salvarían: eran los únicos que tenían esos bidones de plástico que les permitirían flotar hasta que los rescataran.

–Eso me dejó más tranquilo, yo por lo menos no me iba a morir. Pero igual estaba muy nervioso. Hasta ese día yo no había visto el mar.

Organizaciones humanitarias calculan que un tercio de los que dejan las costas africanas para llegar a las Canarias se mueren ahogados: la cifra es espantosa e imprecisa. Las primeras horas del día fueron calmas; al mediodía el mar se embraveció, pero la patera se mantuvo a flote. A media tarde vieron la costa de una isla; poco después, un barco de la

marina española los detuvo y los subió a bordo. El alivio de Adama duró poco: ya en tierra, los guardias creyeron que era el capitán y empezaron a interrogarlo, lo golpearon. Adama no quiso decirles que era el otro: entre aventureros, dirá después, no se hacen esas cosas.

Pero al fin identificaron al gambiano –y lo detuvieron y lo deportaron. Fue el único: todos los demás recibieron comida, ropa y encierro en un albergue del gobierno donde pasaron los cuarenta días de reglamento.

(Durante esos cuarenta días, la policía española interroga a los inmigrantes ilegales, y la justicia les expide órdenes de expulsión –que no se pueden cumplir porque los migrantes no tienen una identidad determinable o porque sus países no aceptan recibirlos. Por eso deben deshacerse de su documentación: esa renuncia a la identidad es la paradoja legal que permite que miles de africanos se queden en España, con una orden de expulsión que no se cumple.)

EUROPA. En Canarias, Adama no sabía qué iba a ser de él: una noche lo llamaron y le dijeron que al día siguiente lo llevarían a Madrid, y lo liberarían. Adama aceptó una propuesta de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado para pasar tres meses en un pueblo castellano, aprendiendo el idioma. En mayo de 2005 estaba de vuelta en Madrid, ya fuera del circuito asistencial: ahora sí tenía que buscarse la vida. Durante un mes Adama durmió en un parque, con otros cientos de africanos. Hasta que recibió una oferta de un hombre de Sierra Leona: le daría su documento de identidad para que pudiera trabajar, y a cambio Adama tendría que pagarle 100 euros por mes.

–Y yo lo hice, porque no vine acá para quedarme con los brazos cruzados.

En España hay miles de inmigrantes en esa situación: explotados por otros inmigrantes que consiguieron sus papeles –y, también, por sus patrones locales. Ahora Adama trabaja de jardinero para una empresa constructora y vive en un suburbio de Madrid, en una habitación que le cuesta demasiado. Gana, cada mes, 650 euros: se gasta la mitad en alojamiento, 100 en comida, 50 en transporte, 100 para su explotador, le manda algo a su madre –y no le queda nada.

–No, todavía no encontré nada de lo que buscaba cuando me fui de mi país. No tengo plata, no tengo papeles. Yo sufrí mucho para llegar acá, dormí en las calles, caminé por el desierto, pero lo que no entiendo es que llegué hasta acá y sigo sufriendo. Yo creía que tenía que sufrir para llegar, pero que acá se iban a acabar los sufrimientos.

Su gran problema son los papeles: los abogados le dicen que tendrá que esperar dos años más hasta obtener un documento que le permita trabajar legalmente. Por eso le dio todo su dinero a un español que le contó que se lo iba a conseguir en seguida –y desapareció.

Cuando suceden esas cosas, dice, se siente muy desalentado, y le preocupa el tiempo. El tiempo pasa: cuando salió de su país tenía 20 años y ahora tiene 25 y todo sigue igual y la vida se le escapa. Adama dice que está demasiado afligido por su futuro como para divertirse: que a veces juega al fútbol los fines de semana pero que ni piensa en salir con mujeres, que ya tiene demasiados problemas como para pensar en eso. Adama es bajo, redondeado, la sonrisa triste. Su español ha mejorado, dice, pero prefiere que hablemos en francés.

–¿Y no te hace falta una mujer?

–Yo no digo que me falta ni que no me falta. Si la buscara, la conseguiría. Pero lo que yo busco es mi plata. Yo dejé muchas mujeres en mi país para venir a buscar mi plata. Cuando tenga mi plata, me puedo volver a mi país a casarme: en mi país, aunque tengas 60 años, con plata te puedes casar con una mujercita de 18, de 20. Pero primero tengo que hacer mi plata, y así mis hijos van a tener un futuro. Si mi padre hubiera hecho lo que yo estoy haciendo ahora, yo no tendría que sufrir así.

Es probable que la historia de Adama sea cierta; quizás no. Muchos africanos que llegan a España se la inventan: pretenden, por ejemplo, que vienen de países en guerra –para pedir el asilo político. O dicen que son ciudadanos de países que no aceptan devoluciones –para impedir que los deporten. Son miles de personas inventándose vidas para buscarse una vida mejor que esa que no quieren recordar. A veces, la salvación es hacerse una historia.

Adama insiste con que España le gusta mucho, “cien por cien”, aunque a veces son un poco racistas: la gente, dice, es racista, lo mira raro muchas veces, pero el gobierno no es racista, el gobierno trata bien a los negros. Lo que menos le gusta de la vida en España, dice, son “los maricones”: que varios hombres le ofrecieron plata para que les hiciera el amor, y que eso le da asco. Que en su país eso no pasa: en su país los hombres no se mezclan con los hombres, dice. Pero que su problema principal son los papeles. Que todo el resto es menor frente a la cuestión de los papeles. Las personas que viven en sus países, dice, nunca van a entender lo que significa no tener papeles.

–Y si las cosas siguen así, ¿te volverías a tu país?

–¿Cómo voy a volver sin plata? ¿Qué le voy a decir a mi mamá, a mi familia? Es imposible.Prefiero morirme. Igual si vuelvo así me voy a morir de vergüenza. No, no puedo volver. Sería la peor vergüenza.

Jóvenes en Movimiento es una serie de reportajes producidos por encargo del Fondo de Población de las Naciones Unidas.

(Fuente: http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=3102)

8 comentarios:

Anonymous dijo...

Esta historia nos hacer reflexionar sobre las vidas difíciles... Y valorar lo que somos y tenemos...Vicky

Anonymous dijo...

holas!!soy anonimo...jeje...bueno de lo poco que lei por que es muy largo...me hace reflexionar sobre la vida dificil que tienen estas personas...y desde alli valorar todo lo que tenenmos...es decir...valorar todo lo que nos dan...firma>yo anonimo!!aguante maria del huerto..je...!!la paguina esta muy buena..!

Anonymous dijo...

Esta historia nos da a tender que en algunos lados discriminan o bien dicho no les importan ni los valoran como persona.Y en algunos casos cuando necesitan ayuda no les brindan y lo unico que hacen es hacerlo sentir mal y otras veces como dice la historia lo reportan de algun lugar.

bueno besos para todo!!!!


2ª1 de ciencias naturales
Y MUY BUENO LA HISTORIA NOS DEJA UNA BUENA ENSEÑANSA

Anonymous dijo...

la historia de Adama, es muy doloroso, y se ve en el un sufrimiento constante. Nos refleja la vida complicada y humilde que hay en aquellos lugares y en otras partes del mundo.
Nos permite visualizar e informarnos de aquellas necesidades que tienen las personas, y que simplemente nosotros no lo vemos, (lo ignoramos) o no lo queremos ver.

dannita y paulita:)
2º1º cs nat.

Anonymous dijo...

la historia de Adama, es muy doloroso, y se ve en el un sufrimiento constante. Nos refleja la vida complicada y humilde que hay en aquellos lugares y en otras partes del mundo.
Nos permite visualizar e informarnos de aquellas necesidades que tienen las personas, y que simplemente nosotros no lo vemos, (lo ignoramos) o no lo queremos ver.

dannita y paulita:)
2º1º cs nat.

Anonymous dijo...

LA lectura de esta historia nos lleva a mirar a nuestro alrededor y a darnos cuenta de la situación en la que estamos. A
muchos nos parece que llevamos una vida muy dura pero tenemos que empezar a valorar y a aprovechar las posibilidades que tenemos, que por mas que a nosotros nos parezcan muy pocas, jòvenes como Adama desearían con todas sus fuerzas tenerlas.
Vir.

Anonymous dijo...

hola!!! en esta historia de Adama es muy conmovedor y a la vez muy reflexiva, ya que esta historia nos hace dar cuenta un poco de lo que pasa con las vidas de los inmigrantes y mas que nada de los africanos que emigran. y como estos se la re buscan para poder sobrevivir...

atte: Jessi. S y Eli. C

Anonymous dijo...

En nuestra opinión, Adama es un joven luchador pero su historia no produce tal vez en nosotros el efecto que se buscaba, porque nuestra realidad es totalmente diferente y no dimensionamos su sufrimiento.
2º1º Cs. Naturales Turno Mañana.

LA lectura de esta historia nos lleva a mirar a nuestro alrededor y a darnos cuenta de la situación en la que estamos. A
muchos nos parece que llevamos una vida muy dura pero tenemos que empezar a valorar y a aprovechar las posibilidades que tenemos, que por mas que a nosotros nos parezcan muy pocas, jòvenes como Adama desearían con todas sus fuerzas tenerlas.
Vir.
adama es un joven que tiene una vida muy dificil..es una persona que lucha por su vida que es muy complicada y que es una vida muy diferente a la vida que tenemos nosotros..
alumna de 2ª 1ª de cs.nat

Creo que en ningun lugar una persona deba llegar al punto de tener que irse de su pais en busca de trabajo y de una mejor vida. Asi como hay personas que lo tienen todo, hay muchas otras que no tienen nada, o tienen muy poco, por eso suceden estas cosas.
La historia de este hombre demuestra lo que esta pasando en el mundo, en la actualidad. Las personas se van de sus paises de origen, o intentan hacerlo, en busca de una mejor vida, y muy pocos lo consiguen. Adama no obtuvo lo que quiso: un trabajo con un buen salario para poder regresar a su pais con su familia.

Camm 2º1º Ciencias Naturales Turno Mañana
la historia esta muy buena... muy interesante... tiene mucha razon y te hace pensar como puede pasar esto en el mundo.
y la suerte que tenemos en vivir en un pais como Argentina... apesar de que halla problemas!
Esta historia nos demuestra como algunas personas se rebuscan la vida para sobrevivir! y eso hay q valorarlo.
en fin esta muy buenaa

Maira y Erika 2do 1ra C.N

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