Más cuentos...¡Festejamos la creatividad de los alumnos!
En este caso, el cuento surge a partir de la lectura de cuentos policiales tanto en sus variantes de enigma como policial negro. La propuesta aquí incluía la utilización de una serie de palabras clave en la narración.
La moneda a la luz de la Luna por Alejandra Juárez y Belén Muhlemann, 1º1ªC.N.T.M.
I
Richard Ron Williams recién llegaba en una patrulla cuando terminaron de sacar el cuerpo. El cadáver, consumido casi hasta los huesos, fue descubierto por un profesor que había ido a pescar para relajarse. El hallazgo probablemente lo haya estresado aún más. El esqueleto tenía las manos y tobillos atados. La cuerda de estos últimos se prolongaba un poco más luego del nudo, pero la punta parecía carcomida.

Más cuentos...¡Festejamos la creatividad de los alumnos!
En este caso, el cuento surge a partir de la lectura de cuentos policiales tanto en sus variantes de enigma como policial negro. La propuesta aquí incluía la utilización de una serie de palabras clave en la narración.
La moneda a la luz de la Luna por Alejandra Juárez y Belén Muhlemann, 1º1ªC.N.T.M.
I
Richard Ron Williams recién llegaba en una patrulla cuando terminaron de sacar el cuerpo. El cadáver, consumido casi hasta los huesos, fue descubierto por un profesor que había ido a pescar para relajarse. El hallazgo probablemente lo haya estresado aún más. El esqueleto tenía las manos y tobillos atados. La cuerda de estos últimos se prolongaba un poco más luego del nudo, pero la punta parecía carcomida.
–Seguro que lo ataron a un objeto pesado para que no flotara. –Dijo Richard, moviendo el bigote en una mueca de disgusto. –Quien haya hecho esto no era un experto. Las cadenas son mejores. Las sogas se desgastan porque el agua intenta arrastrar el cuerpo y terminan por romperse.
El muerto fue llevado al laboratorio forense. Cualquier vestigio de su identidad le daría un pie para abordar el caso.
Al día siguiente, Richard fue a buscar los resultados. El pasillo estaba tan desierto que se escuchaba el choque de sus talones contra el piso. Pudieron tomar una muestra de ADN de las uñas que coincidió con otro en la base de datos nacional.
–Este hombre trabajó en el ejército. Tuvo que abandonar por una lesión. –Leyó el médico en voz alta lo que mostraba el monitor de la computadora.
Debido a la falta de tejido muscular, los forenses no encontraron nada más en el cuerpo, excepto que estuvo en el río por años, más o menos desde el año 19...
Con esos datos, Richard le pidió a Thompson, encargado de revisar casos viejos sin resolver, que buscara una denuncia de desaparición, asesinato o secuestro de un hombre que haya surgido entre los años indicados por el forense.
–La mayoría de las denuncias sólo involucran adolescentes. Hay un caso abierto. La mujer que presentó la delación era extranjera, no dominaba del todo el idioma, y según quien le tomó el testimonio, era dudosa su condición mental. –Bebió un sorbo de su taza de café y prosiguió. –Dejó su dirección. Pasaron muchos años, ¿pero quién sabe? Quizás aún viva allí.
El lugar se encontraba muy lejos del centro. El barrio era una serie de casas, algo pequeñas, pero muy agradables a la vista, con portones verdes como el pasto uniforme de las entradas. Una de ellas resaltaba, no sólo por su tamaño considerablemente mayor, sino porque parecía construida sobre los restos de un incendio. Un gran portón de hierro proyectaba su sombra sobre el suelo estéril. El número de vivienda coincidía con el de la dirección.
Richard tocó el timbre de la puerta. Casi de inmediato, lo atendió una mujer bastante mayor con el pelo alborotado y un ojo desviado.
–¿C-carlos?
–¿Eh? No, no, señora. Soy un detective de la policía municipal. ¿Usted es Afia Lindiwe?
–D-depende de p-para qué me necesite.
–Hace muchos años, usted denunció el secuestro de su hermano.
La señora hizo un gesto afirmativo con la cabeza y lo invitó a pasar. El interior de la casa era totalmente opuesto a lo que se podía esperar al verla por fuera. Estaba decorada con todo tipo de cuadros y esculturas elegidos por un gusto exquisito, y la habitación estaba muy ordenada, casi en forma obsesiva. Le pidió que se sentara en un sofá muy mullido.
–Espéreme aquí, le traeré una taza de té.
Richard accedió por su avanzada edad, pero hubiera preferido una interrogación rápida. Luego de unos minutos, la anciana volvió con las tazas y el líquido prometido. Antes de que el detective alcanzar a hacer una pregunta, ella se acercó a un estante donde había un par de abanicos, uno rojo y otro verde. Los miró indecisa por un momento. Agarró el verde para que su invitado le echara un vistazo.
-Saque la t-t-tapa. Hay un papel dentro que quiero que lea. –La Sra. Lindiwe suspiró como liberándose de una carga muy pesada.
“Salí a correr como todas las noches. Ya volvía a casa. Todavía no eran las doce. Nunca pasó nada, pero ayer sí. Escuché gritos. La voz de mi hermano. Corrí hacia él. Varios hombres trataban de meterlo a un auto. Uno de ellos lo golpeó con un martillo. Me quedé paralizada. Creí escuchar “Vamos, antes de que se pare el corazón.”. Lo metieron a mi hermano en el auto y se fueron. Era un Peugeot, pero el auto, en vez de un león, tenía un pájaro de patas largas. Sólo uno de los hombres se quedó. Con un aerosol, un trapo y algo que despedía una luz extraña, se puso a limpiar la sangre de cayó por el martillazo. Al reaccionar, grité. El hombre me vio. Sacó un arma. Disparó. Me asusté y caí al piso. Cuando me incorporé, me di cuenta de que la bala dio en el suelo. El hombre ya se había ido. En el piso encontré la credencial de mi hermano. Se le debió caer durante el forcejeo. Nadie me creyó en la comisaría.”
–El contenido del aerosol seguro era Luminol, para que no se le pasara por alto ni una gota de sangre. –Murmuró el investigador. –Muchas gracias por su información, pero... ¿Cuándo escribió la nota?
–Al día siguiente del suceso. Como la policía no p-pareció creerme, escribí una nota con t-todo lo que pasó por temor a que el miedo o el t-t-tiempo se llevaran los recuerdos. Tenía la esperanza de que alguien, finalmente, r-retomaría el caso.
–Fue muy lista al hacerlo. Nuevamente, muchas gracias.
–P-por el contrario, gracias usted. Si bien sea t-tarde. A estas alturas, la investigación es inútil. –La voz de la mujer iba bajando el tono, y su mirada se perdió en el piso. Luego de unos segundos, recobró su cálida sonrisa. –Pero en s-serio, muchas gracias.
Richard sentía una pequeña alegría, porque aún después de tantos años, la investigación progresaba. Con cierto optimismo, buscó por dónde seguir con la información obtenida. Preguntó en las casas vecinas. Solo una pareja vivía allí desde hace tanto tiempo como la Sra. Lindiwe.
–¡¿Cómo vamos a recordar el sonido de una pistola que se disparó hace tantos años?!
Desde ese momento, su suerte se desmoronó. Ni el hombre ni la mujer se esforzaron por recordar. Buscó en diarios de esos años, pero no encontró nada publicado sobre un tiroteo o disparos en ese barrio. Pasaron varias semanas, y no había pista que lo ayudara a avanzar en alguna dirección. Terminó por recibir una orden de su jefe.
–Desertá del caso, que te vas a volver loco, y tomá éste que es actual y más liviano.
Tuvo que ir a la zona de las barracas. Debía pedir los testimonios de las personas que vivían alrededor de una barraca abandonada, porque se escuchaban ruidos extraños durante la noche.
–Se supone que está abandonada, ¿o no?. No debería haber ruido alguno.
–Pensamos que podía ser un animal que se escabulló, pero ningún animal haría esa clase de ruidos.
–Se escuchan autos circulando en horas en que la calle debería estar desierta.
–Un sonido parecido al taladro del dentista.
–Salí con una linterna, y me di una vuelta alrededor de la barraca, pero las maderas y candados seguían en su lugar.
Richard se subió al auto. Ya era de noche. “Taladros, golpes y otros ruidos raros...” pensaba para sí mismo. Apenas había avanzado unos metros, cuando un par de grandes luces lo enceguecieron y disminuyó la velocidad. Cuando el Peugeot pasó, vio por el espejo retrovisor que al león de atrás lo habían reemplazado por un “pájaro de patas largas” que parecía un ñandú, que entró a la barraca contigua a la clausurada. Solicitó apoyo policial por el radio.
Llegaron los patrulleros. Los policías, armas y escudos tácticos en mano, entraron por la fuerza. Adentro, había cuatro Peugeot con los leones de atrás cambiados por un oso, un perro, una lagartija y un ñandú. Se desató un feroz tiroteo. Varios vecinos salieron a ver qué pasaba, pero en seguida volvieron a meterse en sus casas bajo llave. Todas las personas dentro de la barraca fueron apresadas. Allí funcionaba la pequeña parte de una organización que se dedicaba al tráfico de órganos. En la barraca abandonada, se llevaban a cabo las extracciones, que justificaban los ruidos extraños.
Richard fumó unos cuantos cigarrillos mientras veía cómo se llevaban los autos, las herramientas, los órganos, todo.
II
Fue una subasta exageradamente reñida, pero Michelle pudo conseguirlos: dos hermosos abanicos, uno rojo y verde el otro, con tantos detalles que una persona debía tomarse su tiempo para apreciarlos del todo: flores, hojas, tallos y miradas escondidas. Tenían el mango más largo de lo normal y tapas que evitaran que se abrieran a menos que éstas fueran retiradas. Tomó el rojo y lo destapó. Cuando iba a abanicarse, notó que un papel, bastante gastado, recubría la superficie interior de la tapa. Lo sacó y, al desdoblarlo, vio que tenía algo escrito.
“Odio esto. Parecemos las dos caras de una moneda, pero es SU cara la que siempre cae hacia arriba. Pero no esta vez. Por unas horas pude imponerme sobre mi otra personalidad. Fue tiempo suficiente. Nunca más volverá a tocarnos. Nunca más tocará a otra mujer. Quién iba a decir que nuestro hermano, persona tan angelical como mi otro yo, resultaría ser tan perverso, depravado, corrompido, degenerado como para...”-Las letras lucían borrosas, quizás por una lágrima.-“Pero ya nunca más... Le he dado muerte, y lo tiramos al río, atado a un bloque de cemento. Nunca me había sentido tan libre. Estamos felices... Y cansada. Yo... Nosotras... Ya no sé quién soy... O somos.”
En este caso, el cuento surge a partir de la lectura de cuentos policiales tanto en sus variantes de enigma como policial negro. La propuesta aquí incluía la utilización de una serie de palabras clave en la narración.
La moneda a la luz de la Luna por Alejandra Juárez y Belén Muhlemann, 1º1ªC.N.T.M.
I
Richard Ron Williams recién llegaba en una patrulla cuando terminaron de sacar el cuerpo. El cadáver, consumido casi hasta los huesos, fue descubierto por un profesor que había ido a pescar para relajarse. El hallazgo probablemente lo haya estresado aún más. El esqueleto tenía las manos y tobillos atados. La cuerda de estos últimos se prolongaba un poco más luego del nudo, pero la punta parecía carcomida.

Más cuentos...¡Festejamos la creatividad de los alumnos!
En este caso, el cuento surge a partir de la lectura de cuentos policiales tanto en sus variantes de enigma como policial negro. La propuesta aquí incluía la utilización de una serie de palabras clave en la narración.
La moneda a la luz de la Luna por Alejandra Juárez y Belén Muhlemann, 1º1ªC.N.T.M.
I
Richard Ron Williams recién llegaba en una patrulla cuando terminaron de sacar el cuerpo. El cadáver, consumido casi hasta los huesos, fue descubierto por un profesor que había ido a pescar para relajarse. El hallazgo probablemente lo haya estresado aún más. El esqueleto tenía las manos y tobillos atados. La cuerda de estos últimos se prolongaba un poco más luego del nudo, pero la punta parecía carcomida.
–Seguro que lo ataron a un objeto pesado para que no flotara. –Dijo Richard, moviendo el bigote en una mueca de disgusto. –Quien haya hecho esto no era un experto. Las cadenas son mejores. Las sogas se desgastan porque el agua intenta arrastrar el cuerpo y terminan por romperse.
El muerto fue llevado al laboratorio forense. Cualquier vestigio de su identidad le daría un pie para abordar el caso.
Al día siguiente, Richard fue a buscar los resultados. El pasillo estaba tan desierto que se escuchaba el choque de sus talones contra el piso. Pudieron tomar una muestra de ADN de las uñas que coincidió con otro en la base de datos nacional.
–Este hombre trabajó en el ejército. Tuvo que abandonar por una lesión. –Leyó el médico en voz alta lo que mostraba el monitor de la computadora.
Debido a la falta de tejido muscular, los forenses no encontraron nada más en el cuerpo, excepto que estuvo en el río por años, más o menos desde el año 19...
Con esos datos, Richard le pidió a Thompson, encargado de revisar casos viejos sin resolver, que buscara una denuncia de desaparición, asesinato o secuestro de un hombre que haya surgido entre los años indicados por el forense.
–La mayoría de las denuncias sólo involucran adolescentes. Hay un caso abierto. La mujer que presentó la delación era extranjera, no dominaba del todo el idioma, y según quien le tomó el testimonio, era dudosa su condición mental. –Bebió un sorbo de su taza de café y prosiguió. –Dejó su dirección. Pasaron muchos años, ¿pero quién sabe? Quizás aún viva allí.
El lugar se encontraba muy lejos del centro. El barrio era una serie de casas, algo pequeñas, pero muy agradables a la vista, con portones verdes como el pasto uniforme de las entradas. Una de ellas resaltaba, no sólo por su tamaño considerablemente mayor, sino porque parecía construida sobre los restos de un incendio. Un gran portón de hierro proyectaba su sombra sobre el suelo estéril. El número de vivienda coincidía con el de la dirección.
Richard tocó el timbre de la puerta. Casi de inmediato, lo atendió una mujer bastante mayor con el pelo alborotado y un ojo desviado.
–¿C-carlos?
–¿Eh? No, no, señora. Soy un detective de la policía municipal. ¿Usted es Afia Lindiwe?
–D-depende de p-para qué me necesite.
–Hace muchos años, usted denunció el secuestro de su hermano.
La señora hizo un gesto afirmativo con la cabeza y lo invitó a pasar. El interior de la casa era totalmente opuesto a lo que se podía esperar al verla por fuera. Estaba decorada con todo tipo de cuadros y esculturas elegidos por un gusto exquisito, y la habitación estaba muy ordenada, casi en forma obsesiva. Le pidió que se sentara en un sofá muy mullido.
–Espéreme aquí, le traeré una taza de té.
Richard accedió por su avanzada edad, pero hubiera preferido una interrogación rápida. Luego de unos minutos, la anciana volvió con las tazas y el líquido prometido. Antes de que el detective alcanzar a hacer una pregunta, ella se acercó a un estante donde había un par de abanicos, uno rojo y otro verde. Los miró indecisa por un momento. Agarró el verde para que su invitado le echara un vistazo.
-Saque la t-t-tapa. Hay un papel dentro que quiero que lea. –La Sra. Lindiwe suspiró como liberándose de una carga muy pesada.
“Salí a correr como todas las noches. Ya volvía a casa. Todavía no eran las doce. Nunca pasó nada, pero ayer sí. Escuché gritos. La voz de mi hermano. Corrí hacia él. Varios hombres trataban de meterlo a un auto. Uno de ellos lo golpeó con un martillo. Me quedé paralizada. Creí escuchar “Vamos, antes de que se pare el corazón.”. Lo metieron a mi hermano en el auto y se fueron. Era un Peugeot, pero el auto, en vez de un león, tenía un pájaro de patas largas. Sólo uno de los hombres se quedó. Con un aerosol, un trapo y algo que despedía una luz extraña, se puso a limpiar la sangre de cayó por el martillazo. Al reaccionar, grité. El hombre me vio. Sacó un arma. Disparó. Me asusté y caí al piso. Cuando me incorporé, me di cuenta de que la bala dio en el suelo. El hombre ya se había ido. En el piso encontré la credencial de mi hermano. Se le debió caer durante el forcejeo. Nadie me creyó en la comisaría.”
–El contenido del aerosol seguro era Luminol, para que no se le pasara por alto ni una gota de sangre. –Murmuró el investigador. –Muchas gracias por su información, pero... ¿Cuándo escribió la nota?
–Al día siguiente del suceso. Como la policía no p-pareció creerme, escribí una nota con t-todo lo que pasó por temor a que el miedo o el t-t-tiempo se llevaran los recuerdos. Tenía la esperanza de que alguien, finalmente, r-retomaría el caso.
–Fue muy lista al hacerlo. Nuevamente, muchas gracias.
–P-por el contrario, gracias usted. Si bien sea t-tarde. A estas alturas, la investigación es inútil. –La voz de la mujer iba bajando el tono, y su mirada se perdió en el piso. Luego de unos segundos, recobró su cálida sonrisa. –Pero en s-serio, muchas gracias.
Richard sentía una pequeña alegría, porque aún después de tantos años, la investigación progresaba. Con cierto optimismo, buscó por dónde seguir con la información obtenida. Preguntó en las casas vecinas. Solo una pareja vivía allí desde hace tanto tiempo como la Sra. Lindiwe.
–¡¿Cómo vamos a recordar el sonido de una pistola que se disparó hace tantos años?!
Desde ese momento, su suerte se desmoronó. Ni el hombre ni la mujer se esforzaron por recordar. Buscó en diarios de esos años, pero no encontró nada publicado sobre un tiroteo o disparos en ese barrio. Pasaron varias semanas, y no había pista que lo ayudara a avanzar en alguna dirección. Terminó por recibir una orden de su jefe.
–Desertá del caso, que te vas a volver loco, y tomá éste que es actual y más liviano.
Tuvo que ir a la zona de las barracas. Debía pedir los testimonios de las personas que vivían alrededor de una barraca abandonada, porque se escuchaban ruidos extraños durante la noche.
–Se supone que está abandonada, ¿o no?. No debería haber ruido alguno.
–Pensamos que podía ser un animal que se escabulló, pero ningún animal haría esa clase de ruidos.
–Se escuchan autos circulando en horas en que la calle debería estar desierta.
–Un sonido parecido al taladro del dentista.
–Salí con una linterna, y me di una vuelta alrededor de la barraca, pero las maderas y candados seguían en su lugar.
Richard se subió al auto. Ya era de noche. “Taladros, golpes y otros ruidos raros...” pensaba para sí mismo. Apenas había avanzado unos metros, cuando un par de grandes luces lo enceguecieron y disminuyó la velocidad. Cuando el Peugeot pasó, vio por el espejo retrovisor que al león de atrás lo habían reemplazado por un “pájaro de patas largas” que parecía un ñandú, que entró a la barraca contigua a la clausurada. Solicitó apoyo policial por el radio.
Llegaron los patrulleros. Los policías, armas y escudos tácticos en mano, entraron por la fuerza. Adentro, había cuatro Peugeot con los leones de atrás cambiados por un oso, un perro, una lagartija y un ñandú. Se desató un feroz tiroteo. Varios vecinos salieron a ver qué pasaba, pero en seguida volvieron a meterse en sus casas bajo llave. Todas las personas dentro de la barraca fueron apresadas. Allí funcionaba la pequeña parte de una organización que se dedicaba al tráfico de órganos. En la barraca abandonada, se llevaban a cabo las extracciones, que justificaban los ruidos extraños.
Richard fumó unos cuantos cigarrillos mientras veía cómo se llevaban los autos, las herramientas, los órganos, todo.
II
Fue una subasta exageradamente reñida, pero Michelle pudo conseguirlos: dos hermosos abanicos, uno rojo y verde el otro, con tantos detalles que una persona debía tomarse su tiempo para apreciarlos del todo: flores, hojas, tallos y miradas escondidas. Tenían el mango más largo de lo normal y tapas que evitaran que se abrieran a menos que éstas fueran retiradas. Tomó el rojo y lo destapó. Cuando iba a abanicarse, notó que un papel, bastante gastado, recubría la superficie interior de la tapa. Lo sacó y, al desdoblarlo, vio que tenía algo escrito.
“Odio esto. Parecemos las dos caras de una moneda, pero es SU cara la que siempre cae hacia arriba. Pero no esta vez. Por unas horas pude imponerme sobre mi otra personalidad. Fue tiempo suficiente. Nunca más volverá a tocarnos. Nunca más tocará a otra mujer. Quién iba a decir que nuestro hermano, persona tan angelical como mi otro yo, resultaría ser tan perverso, depravado, corrompido, degenerado como para...”-Las letras lucían borrosas, quizás por una lágrima.-“Pero ya nunca más... Le he dado muerte, y lo tiramos al río, atado a un bloque de cemento. Nunca me había sentido tan libre. Estamos felices... Y cansada. Yo... Nosotras... Ya no sé quién soy... O somos.”
2 comentarios:
hola somos los primeros en dejar comoentarios que raro y eso que somos de 1º
bueno muy bueno el libro y los que los hisieron
firma...www.owenciano.com.ar
A mì este cento esta muy bueno, pero es un poco confuso.... Igualmente esta muy bueno...
Gabriela 1º3ª c.n
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